viernes, 11 de enero de 2013

LA SEGUNDA REPÚBLICA DE SEFARAD

EL RETORNO DE LOS SEFARDITAS Y EL HISPANICIDIO PROGRAMADO 

Eran las once de la noche (por lo tanto, con alevosía y nocturnidad) del día 23 de Enero de 1932 cuando el presidente de la II República "española" -Manuel Azaña- mandaba a Fernando de los Ríos, a la sazón ministro de Justicia, la orden por la cual se procedía drásticamente a la "disolución en territorio español de la Compañía de Jesús". Entre las razones que se barajaban para decretar la disolución de los jesuitas se esgrimía el cuarto voto de la Compañía de Jesús (a saber: "el voto de obediencia al Romano Pontífice"). Lo cual -sostenían los lustrosos y orondos demagogos- era intolerable e inadmisible en la flamante "República democrática de trabajadores de toda clase". Por el cuarto voto jesuita -alegaban los enemigos de la Iglesia- la Compañía de Jesús se convertía en un grupo fuera de la ley, puesto que obedecían a un poder extranjero (el Papado). No era la primera vez que ocurría la expulsión de la Compañía de Jesús, organización eclesial que, como pocas, han atraído siempre las iras del enemigo de Cristo. En los sueños de Manolito Azaña "España había dejado de ser católica", pero -contra sus más íntimos deseos- Azaña sabía -como todos sus compañeros de logia- que la Compañía de Jesús ejercía todavía una influencia sobre la educación y la sociedad españolas, una influencia que no podían tolerar los sectarios ricachones republicanos, erigidos en tribunos de la plebe.

 Esta mujerzuela, con sonrisa cretina, es la viva imagen de la
Segunda República Española

La Compañía de Jesús obedecía al Papa, a un "poder extranjero", según los masones que dominaban la vida pública española (políticos y no pocos periodistas). Los republicanos se nos muestran -con estas razones- muy celosos de la lealtad a España. Pareciese que les importaba mucho la lealtad a España; tanto les importaba que no podían consentir que una institución -fundada por un español, por cierto- como la Compañía de Jesús residiera en España a sabiendas de la obligación que -por voto religioso- cada hijo de San Ignacio tiene contraída con el Vicario de Cristo. Sin embargo, a los gobernantes de la II República no les inquieta que en España se asiente una comunidad -la judía. "L'Universe Israelite" (12 de Junio de 1931) explica a sus lectores judíos, rebosando de satisfacción, la excelente acogida que dispensan los prohombres de la II República Española a los representantes judaicos. Don Niceto Alcalá Zamora recibe al Doctor Kibrik y al Gran Rabino de Buenos Aires, y les promete -según afirma el periódico judío:

"...el Gobierno [de la Segunda República española] promulgará solemnemente una ley a favor de los judíos, obsequiándoles con la ciudadanía española; dicha ley tendra carácter de reparación por una injusticia histórica y los cónsules españoles en el extranjero recibirán instrucciones concretas para facilitar a los judíos el regreso a España".

El Gran Rabino no se contentó con promesas en el aire y le pidió a Don Niceto nada más y nada menos que la iglesia de Santa María de Toledo, para convertirla en Sinagoga judía, como lo había sido antiguamente. También se acordó organizar un Congreso Mundial de Sefarditas que efectivamente, con dienro de las arcas públicas de España, se celebraría y con el objeto de organizar el retorno de los judíos sefarditas a España sin más dilaciones. Las relaciones bilaterales entre la Segunda República Española y la comunidad judía, a través de diversos representantes y dirigentes político-religiosos judíos, podrían conformar todo un grueso dossier que ilustraría mucho a nuestros lectores sobre lo que estamos diciendo aquí.

Antonio Aguilar y Correa, Marqués de la Vega de Armijo

Lo curioso del caso es que, en toda la falsa retórica de estos masones que instauraron la Segunda República Española, siempre argumentaron el manido tema de la "reparación". Sabido es que en 1492 los Reyes Católicos promulgaron el edicto de expulsión de los judíos que no se bautizaran. Durante siglos este decreto estuvo vigente. Sin embargo, la Segunda República Española llegaba tarde a la derogación de este decreto de expulsión de los judíos. Gobiernos masones anteriores se habían anticipado; ésta es otra de las historias muy poco conocidas que arrojan luz sobre el asunto.

La Gran Logia de Rumanía reconocía en 1880 al Oriente masónico presidido por Práxedes Mateo Sagasta, pero a cambio exigió que el gobierno español levantara los impedimentos que, por el decreto de los Reyes Católicos de 1492, se ponían en España contra el establecimiento de la comunidad judía. No hubo problema ninguno para realizar la transacción de favores, dado que Práxedes Mateo Sagasta y su alegre pandilla de compadres masones formaba el mismo gobierno de España. Don Antonio Aguilar y Correa, Marqués de la Vega de Armijo, conspicuo ministro de la camarilla de Sagasta, se apresuró a derogar el decreto de los Reyes Católicos.
   
Con estos "movimientos tácticos" en el orden legislativo (realizados servicialmente por los hermanos masones; que a la vez eran los prohombres de la política liberal) a principios del siglo XX todo estaba dispuesto para que apareciera el Doctor Pulido, viajando por el Mediterráneo y redescubriendo las comunidades sefarditas, para regresar a España reivindicando la "Reparación" que supuestamente la nación española le debía a aquellos expulsados. Mientras tanto, para preparar la campaña de propaganda que abriría de nuevo las puertas de España a la diáspora sefardí para imponer Sefarad, dos periódicos se emplearon a fondo: "La Raza" y "El Pueblo", con D. Manuel Ortega Pichardo al frente que, con el banquero judío establecido en Madrid, Señor Dreyfus, había fundado la C.I.A.P. (COMPAÑÍA HISPANO AMERICANA DE PUBLICIDAD), a la que aludimos en Una Editorial muy sospechosa (recomendamos leerlo, pues este artículo está relacionado con aquel otro al que nos referimos). Digamos también que el inversor de la C.I.A.P., el banquero Dreyfus se casó con la hija del Doctor Ignacio Bauer, al que ayer también aludíamos en dicho episodio. El Doctor Bauer era, por cierto, nieto de uno de los hombres clave de la Casa Rothschild en España.


El nefasto Manuel Azaña

Los Padres de la Compañía de Jesús eran expulsados de España en 1932, bajo la sospecha de ser un grupo que obedecía a un poder extranjero. Sin embargo, el mismo gobierno republicano que expulsaba con la más atroz de las intolerancias a la Compañía de Jesús, era la misma camarilla que, haciendo alarde de su hipócrita tolerancia, no sólo reparaba y concedía la nacionalidad española a los sefarditas, sino que alentaba con incentivos el retorno de la comunidad judía a España. Muchos han querido ver en la expulsión de los jesuítas una señal de lo que se estaba preparando en el horizonte: el tremendo Holocausto de la Iglesia Católica que perpetrarían sistemáticamente las brigadas exterminadoras del Frente Popular.

La persecución religiosa sufrida en España durante estos tremendos años no fue, como quieren algunos, fruto de la espontaneidad de un pueblo hastiado de clérigos; fue abonada, cultivada, preparada a lo largo de décadas y décadas de propaganda anticlerical. No puede resultar sorprendente, pues; no, al menos, para quien haya leído atentamente las satánicas exhortaciones al genocidio católico que escupía la boca de Diego Ruiz (véanse los dos artículos que hemos dedicado a este masón y visionario vesánico: Logias: atrios de las sinagogas Luciferismo, Blasfemia y Anti-España). En la revista "Ágora", Diego Ruiz escribió en un artículo titulado "Anarquismo y Judaísmo", poco antes de estallar la guerra:

"Lo de España ha de resolverse sangrientamente. La única solución es la solución judía. Hay que revisar el crimen de esa Iberia romana, íntimamente unida a la obscena sedición de Jesucristo" ("Ágora", número 4, pág. 4).
Diego Ruiz se salió con la suya. El problema se resolvió sangrientamente, tal y como ellos querían... Pero no vencieron.

Cadáver de una víctima del odio anticristiano de las milicias del Frente Popular

Fuente

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