A los confesos locales sumáronse
con posterioridad los de Portugal, que ocuparon una posición hegemónica en el
siglo XVII. La masiva aparición de cristianos nuevos lusitanos (parte de ellos,
en realidad, integrantes de familias hispanas expulsadas en 1492) se produjo al
unificarse ambas coronas en 1580 y, en especial, luego de la desaparición de
Felipe II. El 4 de abril de 1601, valiéndose del soborno, "su arma favorita"
al decir de Dorninguez Ortiz, (182) los marranos portugueses consiguieron 44 permiso
para abandonar Portugal sin licencia, logrando después, previo pago de 1.600.000
cruzados, que Felipe III obtuviera de Clemente VIII, el 23 de agosto de 1604, el
escandaloso "perdón general" para los judaizantes condenados,
inclusive los que se hallaban en prisión, posibilitando así su traslado a
España.
“Inmediatamente - expresa dicho
autor- se derramaron por España, ejerciendo sus ocupaciones predilectas y
levantando a la vez las protestas consiguientes. Una exposición de la provincia
de Guipúzcoa en 1605 los acusaba de tráficos ilícitos, exportación de metales
preciosos y hasta de traficar con mujeres a cambio de lencería... Ya sea por estas
quejas, sea, y es lo más probable, por no haber pagado la suma prometida, en
1610 se revocó el permiso de salida. No por eso dejaron de cruzar la frontera
subrepticiamente, pues en las Cortes de 1624 el procurador por Burgos don Juan
Rodríguez de Castro denunciaba la gran cantídad de cristianos nuevos portugueses
'que por vivir en sus malas sectas y pervertidos errores vienen huyendo del
Santo Oficio y se avecindan en las ciudades y lugares de estos Reinos'.”
(183)
La autorización legal para
ingresar a España, extensiva a los condenados por la Inquisición, se consiguió
el 26 de agosto de 1627. Por iniciativa del marrano conde duque de Olivares,
(184) en agosto de 1626 un grupo de poderosos mercaderes conversos lusitanos
solicitó, a cambio de 400.000 ducados, una serie de exorbitantes privilegios y
concesiones, lo que obligó a Felipe IV, en razón de su carácter de cristianos
nuevos, a convocar una Junta Especial para que previamente se expidiera sobre
la amnistía a los judaizantes que cumplían condenas inquisitoriales y a su
libertad de movimientos en el imperio.
En los documentos respectivos,
"se advierte la buena disposición del Rey hacia los marranos y la
encarnizada oposición que hacía el reino de Portugal, particularmente la Inquisición
y los prelados, a sus demandas". (185) Sin embargo, en la precitada fecha
de 1627, la inquisición lusitana concedióles un Edicto de Gracia, vale decir un
indulto transitorio de tres meses, en cuyo lapso podían confesar sus culpas
contra le Fe y ser reconciliados sin penalidades, permitiéndoseles abandonar el
país. Al año siguiente, el 11 de mayo, los conversos portugueses obtuvieron
nuevas concesiones, entre ellas la autorización de los casamientos mixtos, cuya
trascendencia subraya Domínguez Ortiz. (186)
La definitiva libertad de acción para los cristianos nuevos portugueses se
logró, 250.000 ducados mediante, el 17 de noviembre de 1629. Desde luego,
aunque no se mencionó expresamente, tal autorización excluía a las Indias,
donde siempre estuvo prohibido el ingreso de los conversos, salvo licencia
real.
De este modo, se produjo en España
-y clandestinamente en Indias- lo que Caro Baroja define como una "verdadera
invasión" de judíos conversos portugueses, (187) que se asentaron
especialmente en Madrid, Sevilla y en todo el sur, alcanzando rápidamente una
posición descollante en !a vida económica hispana y enorme influencia en el gobierno, sobre todo bajo Felipe IV. Domínguez
Ortiz destaca que "uno de los aspectos más singulares de la administración
interior del cuarto de los Felipes es la gran participación que dentro de ella
tomaron, en el aspecto económico, los marranos o judíos conversos
portugueses", judaizantes en su mayoría. (188)
"A mediados del reinado de
Felipe IV -escribe Caro Baroja-, puede decirse que tenían mediatizadas las
alcabalas, los puertos secos y diezmos de la mar, los almojarifazgos, rentas
del Maestrazgo, sedas de Granada, pimienta, esclavos negros (rentas antiguas)
y, 45 además de éstas, la renta de la goma, el estanco del tabaco y naipes y el
servicio llamado de millones. En las salinas, los azúcares y otras producciones
también se notaba la intervención de esta gente, que incluso administraron el
producto de la Cruzada", (189) agregando más adelante el citado que,
"pese a todo lo que se ha dicho en punto a la persecución de los judíos y
a las consecuencias económicas que tuvo ésta, de donde hubieron de sacar
ganancias más cuantiosas fue del comercio y trato con las Indias occidentales,
o de la administración de los monopolios estatales que regulaban aquel comercio.
Así, en la época que nos ocupa (el
reinado de Felipe IV, F.R.C.) era en Sevilla donde las operaciones eran más
crecidas, siendo la aduana de Cádiz la que adquirió máxima importancia con
Carlos II y Felipe V. Queda mucho por hacer en la historia de estas dos plazas
comerciales, pero los documentos que se tienen acerca de ellas indican que el
Estado Español hubo de someterse una y otra vez a condiciones y formas de
arriendo que hoy se considerarían vergonzosas.
En 1630 el almojarifazgo de Indias
se pretendía arrendar a un grupo de hombres de negocios portugueses: Manuel
Cortizos, Antonio Martín, Francisco Lobo, Martín de Guevara y Alonso y Diego
Cardoso. Los Cardoso fueron luego arrendadores de otras rentas. Estos hombres
eran todavía personas de poca estimación. Pero, después de muchas discusiones,
otro grupo de portugueses (que no la debían tener mayor) se quedó con tal
arriendo, a partir del 1° de enero de 1632. Luis Correa Monsanto, Marcos Fernández
Monsanto, Felipe Martín Dorta, Simón Suárez y Ruy Díaz Angel, eran quienes
formaron la compañía, que puso al comercio sevillano en grandes apreturas, al parecer,
desde aquella fecha hasta 1644. Posteriormente tomaron el arriendo José Fernández
de Oibera y Simón Rodríguez Bueno, que no resultaron más blandos que los anteriores,
y en 1663, después de las graves crisis de 1647 y 1657, lo tomó un hombre que
fue el 'aduanero' por antonomasia, hasta el siglo XVIII casi: aludo a Francisco
Báez Eminente, al que algunos atribuyen complicidades con las potencias
hostiles al Estado español”. (190) Esto prueba que si bien el monopolio
comercial con las posesiones ultramarinas era ventajoso para ambas partes -
pese a cuanto se ha dicho en contrario-, el control judeoconverso del mismo
significó enormes perjuicios para la Corona. A pesar de la caída, en 1643, de
ese gran destructor del imperio español que fue Olivares, la dependencia del
Estado a la banca conversa lusitana no dejó de acentuarse, incluso después de
la muerte de Felipe IV.
En las postrimerías de! reinado de
éste, dice Caro Baroja (191), "lo único que se observa, a medida que pasa
el tiempo, es una dependencia cada día mayor de firmas y bancas poco conocidas,
o ya conocidas en el período anterior, como correspondientes a hombres de
negocios judíos" portugueses. Como es de imaginar, el contrabando y las estafas
al Estado formaban parte del comportamiento habitual de !os traficantes y banqueros
"portugueses". "Más de una vez, manifiesta Domínguez Ortiz, el
Consejo de Hacienda presentó al rey el ruin proceder de aquellos hombres, sus
estafas al Fisco y las correspondencias que mantenían con el extranjero para
sacar la plata e introducir mercaderías y vellón falso. Sin embargo, como había
urgente necesidad de sus caudales, cada vez tuvieron mayor entrada en los negocios,
elevándose los más opulentos a la categoría de asentistas regios".
(192)
Olivares fue quien lo encumbró y
protegió, concediéndoles honores y, como dice el nombrado autor, "aunque
sea difícil aportar pruebas directas no cabe duda de que los46 preservó en lo
posible de las pesquisas inquisitoriales". (193) Los dos principales
colaboradores del conde-duque"marrano eran conraciales, el lusitano Manuel
López Pereira y el español Jacob Cansino o Cancino. Este, que oficiaba de
intérprete de Olivares, gozaba de un privilegio que deja estupefacto: tenía un
"permiso especialísimo para vivir dentro de su ley y vistiendo el indumento
propio de los judíos africanos". (194) Y no paraba ahí la cosa, pues
"Cansino tenía tal autoridad por entonces que podía hablar libremente,
incluso con gentes sospechosas en materias de fe y, según algún proceso, aparece
relacionado con espías y judaizantes". (195)
En cuanto a López Pereira, brazo
derecho del famoso valido, del cual fue albacea testamentario en dos ocasiones,
"se decía que había salido en un auto de fe en su país natal y que tenía
un hermano en Amsterdam: el escándalo fue muy grande cuando en 1636 se le nombró contador con asiento en el Consejo de
Hacienda. Desde este momento hasta la caída de Olivares la importancia de López
Pereira fue tal que los escritores judíos lo consideraron tiempo después como
valido del valído”. (196) Pero también Felipe IV dispensó su amistad a
poderosos asentistas judíos portugueses, como a Jorge de Paz de Silveyra y a su
hermano Manuel, concediendo al primero un hábito y el título de barón que
obtuvo al autorizarse su enlace con la baronesa Beatriz de 5ilveyra, (197) al
parecer también cristiana nueva. Es rigurosamente exacta la afirmación de Caro
Baroja respecto a que los marranos portugueses "alcanzaron con él situaciones
nunca imaginadas en hombres de este linaje”. (198) El ejemplo más claro de ello
lo constituye la familia Cortizos. Manuel Cortizos, hijo de un destacado
negociante llamado Antonio López Cortizos, es el eje de una historia que causó
asombro y de la cual suministra preciosas informaciones el mencionado
investigador.
"En 1630, cuando se pretendía
arrendar el almojarifazgo de Indias a un grupo de hombres de negocios portugueses,
entre los cuales estaba nuestro Manuel Cortizos, el Consejo de Estado puso
objeciones 'porque de su proceder -dice el informe- se tienen ruines
relaciones, que obligan a excluirlos totalmente'.” (199) Unos años más tarde,
sin embargo, Cortizos habla logrado un notorio encumbramiento, convirtiéndose
de arrendador y mercader de lonja (200) en hombre de corte: "el 15 de
febrero de 1637 obsequió a los reyes con una fiesta espléndida en los
alrededores de la ermita de San Bruno, haciendo los honores la condesa de
Olivares. Acababa de comprar el cargo de receptor del Consejo de Hacienda por
300.000 ducados y entró en aquel mismo Consejo con preeminencias nunca
vistas". (201)
Transcurridos unos pocos años,
Felipe IV "le hizo merced de un hábito de Calatrava, merced que se
extendió luego a su hermano, mucho menor, Sebastián, a otro hermano militar
llamado Antonio, que brillaba poco, y a su primo Sebastián (López) Ferro o Hierro
de Castro", así como a Manuel Cortizos, hijo del todopoderoso asentista.
(202) Las pruebas fueron acondicionadas convenientemente, logrando, además, la
dispensa pontificia dado que el progenitor fue mercader, (203) "Manuel
Cortizos y los suyos de 1640 a 1650 siguieron una marcha triunfal. En 1645 era
caballero de Calatrava, señor de Arriafana, del Consejo de Su Majestad en su
Contaduría Mayor de Cuentas, secretario de esta Contaduría y de las cortes y
ayuntamiento de Castilla y León, escribano mayor y perpetuo de ellos,
secretario de la comisión y administración de millones y 'fator' general de los
servicios del reino... junto a él se ve medrar en palacio a su hermano Sebastián
que, nacido en Madrid en 1618, ya en 1642 estaba facultado para servir la secretaría
de millones en ausencia de Manuel, y que después ejerció cargos importantes en
el Consejo de Hacienda, etc.” (204)
Sebastián Ferro o Hierro de
Castro, el primo de los Cortizos, también del hábito de Calatrava y marqués de
Castelforte, desempeñó en Flandes la función de pagador general de Felipe IV.
Asimismo, integraba el Consejo de S.M. ante el Tribunal de la Contaduría Mayor
de Cuentas y era tesorero de la Santa Cruzada, secretario de las Cortes de
Castilla y comisario de Millones. (205) Por si esto fuera poco, Manuel Cortizos
y su hermano Sebastián habían sido designados familiares del Santo Oficio (206)
para lo cual debieron aprobar las pruebas de limpieza de rigor. No satisfecho
aún, Manuel se hizo nombrar ...inquisidor, luego de haber realizado un préstamo
o provisión de 800.000 ducados a la Corona, rechazando hábilmente las joyas que
la reina quería dejar en garantía. (207) El insólito hecho movió al celoso y
afamado inquisidor Adam de la Parra a escribir una poesía satírica contra su
nuevo compañero de tareas, que le valió la cárcel. Y he aquí que al morir de
improviso en 1649, descubrióse que Manuel Cortizos y su familia judaizaban,
incoándose el proceso pertinente.
Desde los primeros años de la
década del 30, la inquisición venía acumulando informaciones sobre el
criptojudaísmo de la familia, pero fue a causa de unas ceremonias judaicas que
se hicieron con motivo de la muerte de Manuel Cortizos (quien, como puede
suponerse tuvo un funeral impresionante en una iglesia madrileña), en la que participaron
un grupo de mujeres conversas, que el Tribunal intervino deteniendo a varias de
ellas, las que confesaron que los Cortizos eran judaizantes, confirmando así lo
que ya se sabía. Respecto a Manuel, las denuncias que obraron en los archivos
hacían saber que "los banqueros de Italia y Amsterdam sabían que hacía
grandes envíos fuera de España" y "esperaban algunos, el mismo año de
su muerte, que Manuel Cortizos pudiera irse a la Jerusalén holandesa a
proclamar públicamente su fe, dejando hábitos, secretarías, etc.". (208)
Pero no se le formó causa post mortem, como era habitual, lo que prueba la
influencia extraordinaria que había tenido y que también gozaba su hermano
Sebastián, quien no fue molestado. Luisa Ferro o Hierro, mujer de Manuel –del cual
era prima hermana-, pese a que se le inició proceso y ordenóse su apresamiento,
nunca fue detenida. (209) En cambio si lo fue Mencía de Almeida, madre de la
anterior y de Sebastián Hierro, la que ingresó en la prisión inquisitorial de
Cuenca. El 20 de abril de 1656, a puertas abiertas, le fue leída la sentencia
que la condenaba "a adjurar de levi y a ser advertida y reprendida
gravemente, desterrada de Cuenca y Madrid, en cuatro años, dos precisos y dos
cuando se le ordenara". (210)
Esto provocó un escándalo de
proporciones: ¡la madre de un caballero de Calatrava condenado por judaizante!
Lo asombroso es que al año siguiente, Felipe IV nombró a Sebastián Cortizos
embajador en Génova y al hijo de la judaizante, Sebastián Hierro, presidente de
la sumaria de Nápoles. Tres años más tarde, Cortizos estaba de vuelta en Madrid
ocupando un puesto de consejero en el Consejo de Hacienda. Ambos fallecieron alrededor
de 1669, cuando se hallaban en Nápoles. De Hierro se sabe que tuvo un funeral
digno de un caballero de Calatrava. El año 1661 se reabrió la causa de las dos mujeres,
cuyo paradero no se ubicó. En la ocasión se hizo una meticulosa información genealógica,
que puso de manifiesto el crecido número de penitenciados que registraba el
clan. (211)
En todo este tiempo y durante
largos años, la banca de los Cortizos siguió operando normalmente y realizó
pingües negocios. Bajo el reinado de Carlos II la familia prosiguió usufructuando
del favor real. "En 1668 el hijo de Manuel Cortizos, hijo y nieto de las
dos mujeres encausadas por la Inquisición de Cuenca años atrás, era agraciado
con el título de vizconde de Valdefuentes. Este Manuel José Cortizos debía ser
el jefe de la banca allá por los años de 1677... Todavía en 1680 la Inquisición
se ocupaba del expediente de su madre; pero esta vez para considerarlo
sobreseido". (212) El banquero José Corfizos, primo del anterior y se cree
que hijo de Sebastián, apoyó el partido del archiduque Carlos contra Felipe IV,
ncargándose del apresto de las tropas inglesas y portuguesas. Tras la derrota
de su candidato, en 1717 radicóse en Inglaterra, donde "abrazó
públicamente el judaísmo e hizo cincucidar a su hijo... terminó sus días en
1742, como un miembro fiel de la sinagoga sefardí de Londres, cien años después
de que se concediera el hábito de Calatrava a su padre". (213)
Los conversos lusitanos eran
generalmente agraciados con hábitos de las órdenes militares de Portugal, como
las de Cristo y Santiago, lo que producía el consiguiente escándalo e indignación.
(214) Jorge de Paz de Silveyra, el amigo de S.M., era caballero de Santiago y
en 1636 al formalizarse un asiento de 650.000 ducados se le concedió la encomienda
de San Quintín de Monte de Grajo, para lo cual se necesitó dispensa pontificia
por no haber ido a Africa. Fernando Tinoco, por su parte, poseía una encomienda
de la Orden de Cristo. "En los asientos de 1639, informa Domínguez Ortiz, las
mercedes regias fueron de gran liberalidad: Alonso Cardoso, por su asiento de 240.000
escudos, obtuvo un hábito de Avis para Alvaro Núñez de Lisboa. Otro hábito se
dio a Manuel Rodríguez Andrade, y el de Cristo a García Fernández, por
intercesión, probablemente bien pagada, de Jorge de Paz... Duarte Brandón
Suárez, al hacer las provisiones ordinarias para 1640, obtuvo un hábito para su
cuñado Antonio Núñez Gramajo (un pillo redomado que había hecho una gran
fortuna en indias por medios ilegales)". (215) También fueron favorecidos
con títulos algunos importantes judíos de Portugal en tiempos de Carlos II,
como Diego Fernández Tinoco -vástago de Fernando Tinoco-, tesorero del Consejo
de Portugal y contador mayor de cuentas, el cual recibió, al igual que el hijo
de Cortizos, un título de vizconde, el de Fresno. (216)
Nada mejor para evaluar la
influencia de !os judíos conversos portugueses, que el decreto de Felipe IV con
motivo de la sublevación de Portugal, el cual demuestra, por otra parte, que el
incumplimiento de la tan mentada orden de "desarme y registro de portugueses"
en el Río de la Plata, no se debió sólo al predominio de los cristianos nuevos
entre las autoridades de allí. El decreto, que lleva fecha 28 de diciembre de 1640,
inmediatamente de producido el levantamiento, ordena a las autoridades que "atendiendo
lo bien servido que me hallo de esta gente y la satisfacción que tengo de su buen
proceder (!), los traten como a los otros naturales de estos Reinos, y como han
sido tratados hasta aquí, sin que consientan se les haga ninguna vejación ni
molestia". (217)
Las descaradas mentiras con que el
monarca pretendía justificar una medida tan perniciosa para España, la Corona y
la Fe Católica, resultaban aún más intolerables, pues entonces llovían, más que
nunca, las denuncias contra los portugueses "de la nación", como el
informe que elevó el presidente de Castilla al ser requerido sobre la peligrosidad
de los numerosos extranjeros residentes:
"De portugueses es mayor el
número y la mano por medio de los asientos; tienen atravesados todos los
partidos, lleno el Reino de ejecutores de su nación. Están a su disposición las
entradas de los puertos para introducir y sacar todo género de mercaderías; las
llaves de los puertos; el dinero para proveer y no proveer y avisar los
pertrechos y pólvora de la cantidad que se sabe la han dado. En fin, de ellos
depende la vida y la defensa. Bien se puede temer de su natural odio a los
castellanos y poca constancia de la Religión Católica, que en un frangente
podrían levantarse con alguna ciudad marítima ayudados de los demás extranjeros
del Reino". (218)
En la disposición real salta a la
vista la mano del funesto converso Olivares, pero también la consciente
política filosemita del rey, que concedía honores y elevadas funciones en su
corte a estos marranos judaizantes, algunos de los cuales fueron procesados por
el Santo Oficio español. Domínguez Ortiz, refiriéndose al decreto de marras, no
puede menos que admitir que el gobierno, pese a "toda su buena intención
no podía ocultar el hecho de que muchos de los tan favorecidos marranos sólo
buscaban enríquecerse por los medíos que fuera". (219) La corriente
inmigratoria de los tratantes "portugueses" decreció en forma
considerable durante el siglo XVIII, pero no se interrumpió hasta los primeros
años del siguiente. En su mayoría permanecieron en España,
"integrándose" en la sociedad y junto con sus conraciales nativos,
continuaron ejerciendo una hegemonía que fue in crescendo. Si al cuadro que
acabo de esbozar se agrega que los marranos establecidos fuera de la península,
según señala Jacob Shatzlcy, desde principios del siglo XVI mantenían un
"intenso comercio" con ella, e incluso los radicados en Holanda, como
ciudadanos de este país, viajaban "frecuentemente por cuestiones de
negocios" a España, (220) puede apreciarse la magnitud de la internacional
dorada conversa y su excepcional poderío.
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